domingo, 29 de noviembre de 2009

La visita (versión 8)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas. La idea de visitar una bodega y hacer un curso express de cata de vinos, había sido de mi mujer, María, y yo por no contradecirle y echar más leña al fuego de una situación que ya estaba bastante tensa entre nosotros había aceptado. Cuando llegamos, en la puerta del antiguo edificio ya se había reunido el resto del grupo, once personas desconocidas a las que movía diferentes motivos para estar allí. Recorriendo la bodega el olor a madera y a humedad se mezclaba con otros aromas agradables y la temperatura era perfecta. Tras la breve visita, accedimos a lo que llamaban sacristía, un pequeño cuartito con una mesa circular y taburetes donde nos colocamos desordenadamente. María charlaba con la chica de su derecha, Marí luz, que resultó trabajar en una tienda de telefonía y que hablaba sin parar con un tono más bien irritante, enfrente teníamos sentada a una parejita joven y yo conversé desganado con un abogado sentado a mi izquierda, un poco pedante. Cuando entró el enólogo se hizo el silencio y todos contemplamos a aquel tipo gris, cargado con una caja y muchos papeles, con su calva incipiente y con un gesto algo serio y malhumorado. Tras las presentaciones comenzó una larga y aburrida exposición sobre los procesos del vino, la fermentación, los tipos de uva, las zonas geográficas de producción y las denominaciones de origen. A la hora y media de monólogo yo solo hacía mirar a la puerta buscando la manera de escapar de allí. Mi semana había sido muy dura y estresante, con problemas serios en el trabajo y mi matrimonio hacía aguas, no reconocía a la mujer con la que me había casado dos años antes, no dormíamos juntos desde hacía tres meses, y aquel tipo seguía su sermón en un tono monótono y aburrido absolutamente desesperante. Las caras de los once eran un poema, la gente aguantaba con dificultad los bostezos y con disimulo miraban el reloj. Marí luz, la chica sentada junto a María le dijo: Este tío es un muermo, además de feo es un rollazo. La tortura duró todavía hora y media más y cuando hacía serios esfuerzos para no dormirme, por fin Eduardo nuestro enólogo dijo aquellas palabras que sonaron como un conjuro: ¡Y ahora vamos a probar el vino!. Probamos varios blancos, tintos y rosados, nos tapamos los ojos para descubrir aromas inimaginados hasta ese momento, sabores y olores que evocaban frutas, vainilla, aromas de bosques o de lugares maravillosos. Poco a poco nos fuimos dejando conducir por aquel hombre que de pronto se había convertido en una especie de sacerdote gurú dirigiéndonos en un ritual ceremonial con miles de años de antigüedad. El concepto tiempo no existía y las doce personas que compartimos aquel momento nos sentíamos unidos por algo especial. La tarde continuó entre catas y algo de comer. Todos sonreíamos y disfrutábamos del momento con alegría, espontáneamente, como niños. Miles de sabores deliciosos, más dulces unos, salados o amargos otros y olores maravillosos nos embriagaban. Marí luz hablada embobada con Eduardo mientras en sus ojos ardía una lucecita blanca. Fue una experiencia única, el vino nos había cautivado y ya nunca seriamos los mismos. Nos despedimos entre abrazos y risas y prometimos volver a vernos. Desde aquel día tenemos un grupo de amigos alrededor del vino, nos reunimos una vez al mes. La semana pasada fuimos a la boda de Mari luz y Eduardo. A los nueve meses de aquel día nació nuestro hijo Pablo el divino, está sentado en mis rodillas mientras escribo. Pablito di vino; Vino.

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