domingo, 29 de noviembre de 2009

La visita (versión 22)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas…

El último día
La carretera nos alejaba cada vez más de la costa y la lluvia no concedía tregua. Estábamos tristes: hasta entonces jamás habíamos salido del laboratorio, pero por culpa de la lluvia nos habíamos quedado sin día de playa. “Yo quería bañarme en el mar, yo quería bañarme en el mar”, decía continuamente Liz. Siempre que las cosas no salían como ella quería se repetía hasta la saciedad. Era uno de sus defectos. Resultaba que ninguno de los que allí estábamos, Carrie, Brown, Liz o yo, éramos perfectos. “No se preocupe, señorita”, la tranquilizó el chofer: “la bodega les encantará, es lo más bonito de este pueblo”. Pero ninguno estábamos entusiasmados con aquel “plan B”.
Pronto llegamos a la bodega, una casa gigantesca rodeada de vides mucho más acogedora que nuestro laboratorio. Los colores del otoño teñían el paisaje de oro y borgoña. Nos recibieron el dueño de la bodega, un hombre elegante y más amable que nuestros jefes, y su ayudante. Sorprendentemente, no parecían tenernos miedo; o quizás es que fingían muy bien.
Nos enseñaron las enormes estancias y nos explicaron todo el procedimiento para elaborar el vino, bebida que nunca habíamos probado. Brown se lo hizo saber, y entonces nos llevaron a una elegante y amplia sala de estar; allí, el dueño buscó en una especie de colmena de botellas cierto vino y vertió el oscuro líquido en cuatro copas de cristal que nos ofreció. No sin cierto temor bebimos el delicioso brebaje, que nos inundó de una calidez hasta entonces desconocida. Pronto terminamos la copa y pedimos una segunda, y una tercera….
Jamás habíamos sentido algo igual. Era como si toda la pasión y fuerza que hasta entonces habíamos mantenido cautivas, brotaran de pronto sin freno. Entonces, alguien puso música clásica para amenizar la velada, y como si fuera lo más normal del mundo, comenzamos a bailar en parejas.
Carrie estaba más bonita que nunca, y como me sentía tan inmensamente libre, me atreví a besarla. Brown dio un grito de júbilo al verlo, y besó a Liz. Bailábamos, reíamos y bebíamos. Nos queríamos: Brown a Liz, y yo a Carrie, como se aman cualquier hombre y mujer. Era una suerte no estar, por una vez, sin vigilantes, uno de los lujos que nos concedían, además del coche con chofer y aquella excursión, por tratarse de nuestro último día.
El dueño de la bodega, su ayudante y el chofer gimotearon al vernos joviales y despreocupados: sentían pena por nosotros, y me dije a mi mismo que si lográbamos despertar compasión en seres humanos y nos comportábamos prácticamente como seres humanos, ¿por qué merecíamos ser sacrificados? ¿Sólo porque no corríamos, pensábamos, procesábamos al mismo nivel que el resto de nuestros compañeros? Aquello no era justo, y por eso decidí que teníamos que huir de allí; no nos costaría demasiado; aquellas tres personas eran pan comido para cuatro fornidos androides como nosotros; les anularíamos y les robaríamos todo el dinero que llevaran encima. Después huiríamos lo más lejos posible, nos integraríamos en la sociedad humana con cautela y no acabaríamos siendo quemados en el horno de “Material defectuoso”. Sólo queríamos vivir…

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