domingo, 29 de noviembre de 2009

La visita (versión 2)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas. En particular la suya, la del gran catador. Había olvidado ya cómo empezó todo y sin embargo no conservaba nada de su otro yo, el de antes de la lluvia, del baño frustrado, de la incursión obligada tierra adentro, donde la vista se perdía entre viñedos y emparrados… El gran catador, que no podía entender ya su vida sin el vino. El vino, que le había descubierto sus secretos, que le había despertado sus sentidos. - ¿Qué bebida te pido, un vino? – le espetó ella. ¡Bebida el vino!, sólo la palabra le ofendía. - Bebida es lo que se ingiere, querida, lo que se hace pasar por el gaznate con prisa para que llegue al estómago y sacie la sed. El vino es mucho más que una bebida, es la esencia de la tierra, es la síntesis de un proceso y la conjunción de los sentidos. El vino no se bebe, se degusta, igual que no se lee un verso como quien lee un anuncio por palabras. Sí, un verso. No se necesitan conocimientos previos para disfrutar de un verso, ni siquiera saber quién lo ha escrito, basta abrirse, escuchar y sentir. Adiós, ríos, adiós fontes, adiós, regatos pequenos… Llevaba un rato pensando en ella e intentando recordar su nombre. Apenas recordaba su cara y sin embargo no podía olvidar el color de sus ojos, el olor de su pelo, el sabor de sus besos ni el tacto de su piel. Debía de ser deformación profesional. Le pasaba lo mismo con el vino, era incapaz de retener una añada, un nombre o una etiqueta. Pero el olor se le impregnaba para siempre en la memoria y con él todo lo demás, como si fueran atributos indisolubles unos de otros. Como el huevo y la gallina, no sabía qué había surgido antes, el desarrollo de su habilidad organoléptica o su amor incondicional al vino. En alguna ocasión, le contaron que los miembros de una tribu - y de nuevo no recordaba su nombre – se pasaban de mano en mano un plátano maduro y aspiraban su olor para alimentarse. De la misma manera parecía disfrutar él de una copa de vino, le bastaba su olor y catarlo brevemente para satisfacer todos sus sentidos. El resto, pura gula, gourmandise, como dicen los franceses. Bien pensado, ni huevo ni gallina, de pronto le vino a la memoria, todo empezó en aquella bodega. La primera que visitó en su vida cautivó para siempre sus sentidos. Todo era olor. El campo, la tierra, las uvas, los olores de fermentación, el olor a barrica, el olor a humedad en las galerías subterráneas, el olor en el laboratorio, en la sala de catas y el olor que deja el vino en la copa vacía. Borracho de olor. Se preguntaba qué hubiera escrito Proust si hubiera preferido un vino a una magdalena. Quizás él nunca visitara una bodega, quizás el destino no se lo hubiera puesto tan fácil. Bendita lluvia.

Relatos del concurso de relato corto de vino: Érase una vez el vino. Para encontrar inspiración: encuentra la inspiración en un wine Resort and hotel en "La France"

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