domingo, 29 de noviembre de 2009

La visita (versión 25)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas...
Entraron a un túnel a bordo de un automóvil. A medida que avanzaban, se dieron cuenta de que iban en plano descendente. La oscuridad iba ganando terreno a la luz. Pronto se hallaron a setenta metros de profundidad, en un amplio espacio. Allí la oscuridad era completa; el frío, sobrecogedor. Alguien prendió las luces. Miraron a su alrededor: De todos los ángulos partían, en diferentes direcciones, amplias vías que luego formaban una inmensa e intrincada red de comunicaciones. Al momento se les unió una guía.
— La que está de ese lado es la calle Pinot; Feteasca se llama la de más acá; la denominada Cabernet es la de aquesta parte —. Les explicó, por mencionarles sólo algunos nombres de vinos, al ver que seguían observando las vías.
— ¿Y esas larguísimas filas de toneles a ambos lados de las calles?—preguntaron los visitantes.
— Los de roble son para las variedades sin burbujas; las espumosas están contenidas en los de metal.
Avanzaron. Llegaron a la sección de espumosos, donde las empolvadas botellas —que sumaban varios centenares— estaban un poco inclinadas, boca abajo.
— En esa posición están porque así sus sedimentos y residuos se acumulan en el pico. Eso nos permite extraerlos para luego proceder al encorchado final —. Explicó la guía.
Al llegar al almacén, los visitantes se quedaron pasmados. Había allí más de un millón de botellas.
— El más antiguo que tenemos es el vino pascual de Jerusalén, de mil novecientos dos. Por él alguien ofreció cien mil dólares. No fue vendido, pues no tiene precio —. Siguió enterándoles la guía.
De aquí en más, tocaba pasar por los salones de degustación. El primero y más grande es el llamado Presidencial. Estaba muy bien iluminado y lleno de colorido. En el centro se verificaba una mesa de largo y sólido roble, con sesenta y cinco sillas.
— El gobierno soviético lo usó para brindar banquetes oficiales; para lo mismo y para otra clase de actividades el gobierno actual lo utiliza.
Luego entraron en la Sala Casa Mare, el salón de los invitados. Tenía una capacidad para quince personas. En el Salón de Banquetes Mar Sarmático ingresaron después. Éste es llamativo por su techo, que antiguamente era parte de una cueva submarina. En tal techo se podían ver fósiles de criaturas acuáticas. En el centro del salón una hermosa mesa redonda con diez sillas se podía apreciar. Salieron de allí para en seguida entrar en Salón de Banquetes Yuri Gagarin, el último que quedaba por visitar.
— Se llama así este salón en honor del famoso cosmonauta que visitó nuestra bodega el ocho y nueve de octubre de mil novecientos sesenta y seis. Así como él, a lo largo de más de cincuenta años, han venido hasta aquí personas de casi todas las nacionalidades. Hoy la bodega tuvo el honor de recibirlos a ustedes.
— Lástima que no haya otro salón para que en nuestro honor le pongan nuestros nombres —. bromeó uno de los visitantes.
Agradecieron a la guía su atención y se dirigieron hacia el exterior. En el viaje de vuelta, a los visitantes se les ocurrió una idea, que, de no haber sido por aquella visita, no se les habría ocurrido: Montar una tienda de vinos en Odessa.
— Ah, como nosotros —. Intervino la niña que oía esta historia.
— Verás. Era una pareja de recién casados. Partieron un día con dirección a Cricova, donde queda la bodega que tu madre y yo visitamos. Era octubre del año dos mil cuatro.
La niña comprendió y a su padre una encantadora sonrisa le esbozó.

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