domingo, 29 de noviembre de 2009

La visita (versión 19)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas…
Una mujer impecablemente vestida salió a recibirles.
-bienvenidos. Si les parece, iniciaremos la visita inmediatamente.
-qué raro, ¿no? –dijo Silvia al oído de Diego-. Ni que nos esperasen.
-Bah, no seas neuras –espetó Diego de malas maneras mientras seguía a la atractiva mujer.
-aquí nuestra primera sala. Hemos construido un pequeño museo con herramientas que se utilizaban antaño en el mantenimiento de las viñas. Tenemos varias joyas, pero mi favorito es éste de aquí –acercó a la pareja a una vitrina. En su interior descansaba algo parecido a una hoz de miniatura.
-¿qué es? –dijo Diego sintiéndose como un analfabeto.
-se llamaba corquete, se utilizaba para vendimiar.
-¿cómo funcionaba?
-verán –la mujer los acercó a una replica de una vid que presidía el centro de la estancia, cogió un útil parecido al expuesto y miró directamente a Diego-. Se colocaba aquí, y con un pequeño movimiento… el racimo es nuestro.
-Oh –Diego se prendó del perfume de la fémina mientras Silvia observaba enojada en dirección opuesta, esperando que alguien se percatase de su ausencia.
-a esta pieza –prosiguió la mujer- le tengo un especial cariño porque perteneció a mi bisabuelo.
-¡vaya! debe tener al menos…
-unos ciento diez años, más o menos. Hemos intentado restaurarlo, pero es muy difícil. Por eso tenemos estas reproducciones.
-quizá sea indiscreto, pero…
-adelante, usted dirá –Silvia parece a punto de estallar.
-¿su familia tuvo algo que ver con la fundación de esta bodega?
-¡claro! Mi bisabuelo trabajó las viñas toda su vida, y mi abuelo construyó la bodega en sí. Mi padre buscó algunas adhesiones para hacernos más fuertes y aquí estoy yo. No se confunda. Nosotros hemos levantado ésta bodega a fuerza de trabajar duro. No somos como otras que han abierto en los últimos años, que las hacen empresarios que no saben qué hacer con el superávit.
-¿también usted trabaja las viñas?
-sí. Por las tardes, que está aquí mi hermana. Nos turnamos.
-¡vaya!
-¿le sorprende?
-sí, quiero decir –contestó atropelladamente Diego-…no es machismo, pero es que una señorita tan elegante como usted, oliendo a fino perfume, dejándose los riñones.
-creo que nos vamos ya –interrumpió Silvia.
-¡Vete tú si quieres! –la intensidad de la voz de Diego hizo eco en la inmensa estancia. Silvia sale correteando.
-lo siento –dijo Diego con aplomo-. Es que hemos discutido…
-quizá debería seguirla.
-no, se quedará en el coche lloriqueando y se pasará todo el camino de vuelta diciéndome lo mucho que me odia.
-bueno –la mujer se sentía muy incómoda-, en cualquier caso, la visita ha terminado.
-¿le importaría continuar sólo los dos? –sin dar tiempo a la señorita a contestar, prosiguió-. Posiblemente no tendré otra ocasión de ver maquinaria como ésta. Vengo de muy lejos. En mi tierra no hay vino. Ni siquiera conozco la maquinaria moderna.
-como quiera.
Los dos recorrieron la bodega sala por sala. La señorita intercaló concisas explicaciones con demostraciones prácticas. Diego se mostró la mayor parte del tiempo impresionado. Cuando la visita terminó, un pequeño apretón de manos y una caja de vino sellaron la despedida. Silvia estaba en el coche. Había dejado de llorar, pero oteaba a Diego con auténtico odio. Diego dejó el vino en el maletero y se montó en la plaza del copiloto con resignación.
El viaje de vuelta transcurrió en el más absoluto y opresivo silencio. Al apearse del vehículo, en la puerta del hotel, Silvia sólo enunció dos palabras: hemos terminado.

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