domingo, 8 de noviembre de 2009

La visita (versión 41)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas. Descubrieron que la montaña era tan apetecible como la playa aunque lloviera. El olor a hierba mojada. Las cepas invadidas de copiosos racimos de uvas tersas y brillantes por el agua de lluvia, y un edificio singular al fondo del camino, les atrajo como un imán sin poder resistirse a la curiosidad.


El plan de cambiar la playa por la bodega no sólo fue del mal tiempo, sino que Juan, el aventurero del grupo, se había empeñado en hacer esa excursión desde que llegaron de vacaciones. Las dos parejas, Luis y Fátima, Juan y Luisa, esperaban disfrutar el mes de Agosto lo mejor posible y los cuatro juntos, así que ese día era el perfecto para contentar a Juan y conocer los entresijos de una bodega. Subieron andando por el camino hasta llegar al edificio que estaba cerrado a cal y canto. Lo rodearon por si había otra entrada pero no, sólo había en la parte trasera, una puerta de madera rústica y bastante ajada en la ladera de una pequeña montaña. Los cuatro se encaminaron hacia ella liderados por Juan. La abrió y el chirrido les puso en guardia sobre la misteriosa entrada escasamente iluminada por la poca luz del día que entraba. Juan se empeñó en seguir adelante mientras los otros tres se hacían los remolones, pero ante la insistencia de Juan le siguieron sin despegarse de él. En la entrada, sobre una pequeña cavidad en la roca, había una linterna que Juan cogió. La encendió y se adentraron en la cueva por un pasillo estrecho de tierra y en cuesta hacia abajo, con un sentimiento entre angustia y curiosidad hasta que llegaron a una especie de sala donde había unos aljibes bastante grandes donde el fuerte olor a vino penetraba hasta el fondo de sus pulmones. Los cuatro se miraron con recelo un poco mareados en el silencio absoluto roto por la pequeña piedra que cayó a los pies de Luisa. Sus chillidos se mezclaron con las carcajadas de Juan: ¡He sido yo quien ha tirado la piedra! Decía mientras se desternillaba.

El resto del grupo se enfadó con él tanto que Luisa histérica, le soltó un bofetón que resonó por toda la cueva, acabando con sus risas.


Siguieron adelante como al principio, pegaditos los unos a los otros. Llegaron hasta unas escaleras. Unos veinte escalones más o menos tenía la distancia entre ellos y la trampilla que se veía a duras penas en el techo. Las subieron entre crujidos y telarañas, siempre con Juan al frente, quien la abrió con esfuerzo. Terminaron de subir. La trampilla daba a una sala oscura que, por el eco parecía bastante grande. Los cuatro intentaban vislumbrar algún objeto o algo de la sala con la poca luz de la linterna que, dirigida por Juan, sólo enfocaba al techo.

- ¿Quieres hacer el favor de enfocar otra cosa que no sea el techo Juan? Dijo Fátima mosqueada. En ese crítico momento se encendieron las luces de la sala que estaba repleta de gente entre los tanques modernos de la fermentación del vino de la nueva bodega.

-¿Qué está pasando aquí? Gritaron Luis, Fátima y Luisa.

Esta bodega es de mi familia y esto una broma que os he gastado contestó Juan - cómo no-entre risas pero valió la pena porque conocieron a fondo lo que es una bodega. Les fascinó todo el proceso desde la cepa hasta la puesta en venta del producto que después de unos años, todos trabajan en una bodega en distintos puestos.

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