domingo, 29 de noviembre de 2009

La visita (versión 21)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas.

- Continúen por favor, no se detengan; les mostraré el almacén subterráneo.-Indicó la atractiva guía-.

El grupo lo completaba un puñado de jubilados y un selecto círculo de sibaritas. Siguieron a la guía mientras ésta, con un afán que rozaba lo glamoroso, trataba de encajar en las escaleras sus interminables tacones de marca. Al fondo, una tenue luz iluminaba una mesa pegada a la pared de ladrillo envejecido, al mismo tiempo que dejaba entrever una misteriosa silueta humana que daba la espalda al público.

Por alguna extraña razón, el grupo de Unai sintió curiosidad por aquel personaje que ni siquiera se había inmutado con la octava visita del día. Se entretuvieron y quedaron totalmente rezagados del resto del grupo. De repente, el hombre se volvió. Descubrieron un rostro arrugado tras una enorme barba blanca. Llevaba una copa de vino en la mano y en la mesa de roble descansaban de pie media docena de botellas.
- La cata es el noble y ancestral arte de la interpretación del vino. - Dijo el anciano sin previo aviso-.
- Sí, si…claro. –Balbucearon al unísono-.
- Catar es probar con atención un vino. Sólo eso. Se trata de conocerlo, buscando sus diferentes cualidades y defectos. Porque todo el mundo, en esta vida imperfecta, comete errores pero siempre tendrá virtudes más o menos visibles. Así como el aspecto de alguien puede hacernos enjuiciar con demasiada premura a una persona, también hay factores que pueden influir en una cata errónea, como una copa opaca con adornos o la propia temperatura del vino. ¿Veis estas lágrimas que resbalan por la copa? Significa que este vino tiene un elevado grado de alcohol y glicerina. ¿Veis la diferencia entre este vino y este otro? Los tonos más oscuros indican más vejez o peor conservación. Dulces, jóvenes, cabezones, amargos o cálidos; así son los vinos y así somos las personas.

Nadie pudo articular palabra. Aquel desconocido acababa de impartirles una clase magistral sobre la vida; y fuera de las aulas. Los jóvenes cataron algunas copas mientras el anciano hacía brillantes exposiciones oratorias.
Una vez se despidieron, el octogenario Marqués de Domecq recordó que guardaba con recelo una botella muy especial. Abrió el cajón de la mesa, alargó el brazo y dijo:
- Tomad. Es una pieza única cuyas uvas recolecté junto con mi familia cuando todo cuanto habéis visto hoy no existía. Salud, y que Dios os bendiga.


Esa misa noche, sentados en la arena de la playa y bajo un manto de estrellas relucientes, descorcharon la botella.
- Y ahora, brindemos de una santa vez.- Propuso Asier-. ¡Por nosotros! –Agregó alzando con ímpetu su copa-.
- ¡Por nosotros!- Gritaron al unísono-. Y tragaron el líquido rojo con buen gusto.

- ¿Os habéis fijado en la etiqueta?- Preguntó Iñigo al aforo antes de depositarla en el contenedor-. Sólo es un pequeño texto mecanografiado.

Decidió leerlo en voz alta sin que nadie lo pidiese.

- Así como cada uva es una pequeña unidad que da origen al ciclo de la vida del vino, los segundos, los minutos, las horas y los días, son las piezas minúsculas que forman parte de nuestro tiempo y que debemos aprovechar. La uva se prensa hasta no dejar una gota de mosto en los racimos; hagamos lo mismo con cada segundo de vuestras vidas.


En un principio, pensaron contar con pelos y señales todo lo sucedido a sus compañeros de la Universidad. Pero reflexionaron y decidieron guardarlo en lo más profundo de sus corazones. Al fin y al cabo, aquella visita no había sido una más. Para ellos, fue La Visita. La visita que cambió sus vidas.

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