domingo, 22 de noviembre de 2009

La visita (versión 31)

Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas…

Bueno, al menos la bodega era un lugar cerrado donde guarecerse de la desesperante lluvia que les había malogrado el día, pensaron los dos amigos. Además no se trataba de una bodega corriente ya que se trataba de una bodega con leyenda.

Un lugareño se ofreció amablemente a indicarles cómo llegar hasta la misma y, teniéndole por buen conocedor del camino, confiaron plenamente en él. Tras media hora de viaje por tortuosas carreteras llegaron a su destino. La verdad es que aquel tugurio no tenía pinta de bodega al uso, por lo que le preguntaron al guía si no se habría equivocado. Éste, asertivo, contestó que no. Entraron en la bodega. Tras descender por unas tortuosas y desvencijadas escaleras de madera llegaron a una amplia sala abovedada donde se agolpaban multitud de botellas y barricas de roble viejo. Al poco rato se percataron de que el lugareño se había perdido en el laberíntico bosque de toneles de madera. De entre la multitud de botellas una dorada llamaba especialmente la atención. Uno de los amigos no puedo evitar cogerla entre sus manos. Fue entonces cuando sucedió lo inesperado: un anciano de curioso atuendo hizo aparición. Vestía una raída túnica blanca con una capucha que le ocultaba la cara pero no tanto como para ocultar unas luengas barbas que le daban un halo de venerable e inquietante sabiduría. El decrépito anciano portaba en su mano derecha una larga vara que le servía de apoyo para contrarrestar su ligera cojera. En la mano izquierda portaba un candil de aceite que iba iluminando su lento vagar. Entonces el anciano se dirigió lentamente hacia los osados curiosos que impertérritos no eran capaces de mover ni una ceja. Una vez cerca de ellos les acercó el candil para iluminarlos, y con siniestra voz les preguntó:

–Decidme, por qué habéis osado coger la botella dorada ¿Acaso no sabéis respetar lo que no es vuestro?

–No, no señor… no era nuestra intención, solo nos ha llamado la atención.

–Yo también fui curioso un día, sabéis… y ese aciago día también me atrajo la infame botella dorada que tenéis ahora entre las manos. Pero hoy me habéis hecho un favor y vuestra curiosidad me ha liberado del castigo que en su día se me impuso. Ahora, yo me libero del maleficio de esta prisión y vosotros permaneceréis aquí hasta que otro osado curioso perturbe la tranquilidad de la botella dorada. Sólo os aconsejo ser pacientes y disfrutar del buen vino que os rodea mientras el tiempo indefectiblemente transcurre a pesar vuestro.

Una vez dicho esto el anciano se desvaneció repentinamente. Pero justo antes los dos desdichados pudieron ver, ya caída la capucha que la ocultaba, la cara avejentada del amable cicerone que les había conducido hasta la siniestra bodega. Los dos amigos no podían creérselo. Todo había sido un ruin engaño para dirigirlos hacia la siniestra visita que cambió sus vidas. Desesperados se apresuraron hacia la salida, pero no la encontraron.
Cuenta la leyenda que desde entonces los dos amigos vagan por entre las barricas de la vieja bodega, esperando que algún intruso les libere del castigo que la curiosidad un día les impuso. Los lugareños de la aldea, entre tanto, siguen el sabio consejo del venerable anciano y disfrutan del buen vino de esa tierra mientras el tiempo indefectiblemente transcurre a su pesar

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