domingo, 8 de noviembre de 2009

La visita (versión 46)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambiaría sus vidas…El tiempo le robaba horas al día. Eran ya las doce del mediodía y quedaba mucho por hacer. El olor a sal se alejaba conforme iban dejando atrás la costa. Ese aroma iba tornándose en una nueva fragancia más elegante, con más solera. La mezcla del agua, que despacio iba empapando todo lo que rozaba, y el vino viejo, era la señal inequívoca que seguir para llegar al destino que los caprichos del azar habían decidido por ellos. Aranzazu comenzó la visita, una más, pensaba. “Estas son los toneles que mueve el arrumbador… la damajuana o la venencia son algunas de nuestras herramientas… aquí podéis ver los Finos, que más tarde serán amontillados”, contaba de forma mecánica.

Las esteras dejaban pasar tímidamente algún rayo de sol que se colaba entre los cachones de botas. Esta alineación perfecta se rompió en la mitad de la hilera. Una cabecita con poco pelo brillaba entre la oscuridad. La visita se deshizo de inmediato. Las dos parejas que la formaban y Aranzazu no atendieron a más razones técnicas y caminaron hasta el lugar de la aparición. El pequeño, de rasgos magrebíes, tenía marcado todos los huesos que le recorrían su diminuto cuerpo; vestía una camiseta deshilachada, un bañador despintado por el paso del tiempo y dos chanclas remendadas con tiras de tela. Su compañero de escapada dormitaba sobre el albero de la bodega cual desierto de arena. Era más pequeño y su debilidad física era patente con solo mirar sus piernas, bien estiradas bajo un gran bocoy que tenía tras él. El sobresalto alertó al primero y despertó al segundo, pero ni uno ni otro tuvieron fuerza para seguir corriendo.

Las palabras sobraban y no eran ni útiles ni necesarias. Éstas se cambiaron por un abrazo que los cobijara de la humedad que asfixiaba en la bodega. Pidieron, con gestos, vino, para entrar en calor, pero Aranzazu decidió que primero tenían que dar un buen trago de agua y más tarde llegaría el catavino para calentar su helado interior. La autoridad fue la siguiente en llegar a la bodega cuando eran ya más de las tres de la tarde. “El proceso de repatriación deberá esperar, son menores. Ahora se quedarán en un centro a no ser que alguien los adopte”, explicó el inspector.

La juventud tardía de las dos parejas hizo que, tanto una como otra, se hicieran replantear muchas cuestiones con lo ocurrido. El destino les había preparado un plan alternativo y quién sabe si un gran proyecto de futuro. La decisión era tan compleja como valiente. Había que pensar, decidir y actuar. Siete copas brindarían al tiempo.

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