domingo, 29 de noviembre de 2009

La visita (versión 15)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas.
Mariana se preguntaba qué tendría de interesante ese lugar. Todo le era tedioso.
Hacía tres años que estaba divorciada. Sus padres propusieron este viaje.
Llegaron junto a otros excursionistas. Un empleado afable les explicaba cuáles eran los orígenes de la bodega. La mente de Mariana estaba dispersa y no escuchaba lo que decía. En cambio, notó que un hombre cerró las puertas de ingreso. Quiso comentarlo con su madre pero no pudo.
Se acercaron a un mostrador donde otro comenzó a hablarles de los distintos sabores, aromas, colores e historia de los respectivos vinos, mientras el guía llegó junto al que había cerrado las puertas. Cruzaron algunas palabras, otros dos se les reunieron y luego, tres más. Todos se veían alterados. Mariana no los perdió de vista.
Uno se quedó con el vigilante en la puerta, los otros se dispersaron, y el guía volvió con el contingente. Al pasar, le dijo algunas palabras al del mostrador, quien con gesto preocupado, habló así:
—Señores: ustedes están ajenos a la verdadera situación de esta empresa. Nos vemos obligados a terminar aquí la visita. Los empleados de la bodega tomamos las instalaciones, en reclamo de haberes atrasados. Les pedimos calma. No queremos dañarlos, pero están aquí y se quedarán hasta que todo termine.
Los visitantes protestaron hasta que se oyó un disparo atronador y todos callaron.
—¡Silencio! —gritó el guardia— ¡Esto es así y no hay vuelta. Si colaboran, no saldrán lastimados!
Mariana no lo podía creer. Estaba fastidiada por terminar sus vacaciones de esta manera, en un lugar horrible y en medio de un conflicto laboral.
El custodio de tez morena, mirada profunda, cabello oscuro, le resultaba sensiblemente atrayente.
Se imaginó frente a él en otra situación. Siguió cada uno de los movimientos de sus labios perfectos y el ondular de su camisa, despojada de la corbata, que estremecía su pecho agitado. Si fuera otro momento, tal vez podrían haber entablado conversación, sentir su perfume y, por qué no, rozar su mano. Él no parecía ajeno a su interés.

Afuera había cientos de policías. Quizá no hallaban la solución al conflicto. Ella pensaba que el guardia y sus compañeros no saldrían del lugar sin ser heridos, a menos que se entregaran o tomaran rehenes para huir.
El clima se volvía más tenso a medida que pasaban las horas.
Las sombras comenzaron a hacerse presentes. Decidieron, bajo presión, dejar salir a algunos.
El joven vigilante se le acercó preguntando si quería irse. En el cruce de sus miradas ardió una llama.
—No —respondió Mariana—. Yo estoy de acuerdo con sus reclamos. Me quedaré.
Él escondió una sonrisa cómplice y se alejó. Ella era su esperanza. Se veía comprometida con él, su mirada insistente se lo estaba confirmando.

En el movimiento de salida de rehenes, la policía intentó entrar por otra puerta y se inició un tiroteo.
Los que quedaban, buscaron refugio detrás del mostrador atestado de botellas. El padre de Mariana la jaló por un brazo y ella se resistió. Quería ver dónde había quedado su galán. No sabía si interviniendo, complicaría las cosas pero era su oportunidad, estaba harta de la vida llana. Quería hundirse en el abismo de esa mirada.
En la puerta, varios policías pugnaban por abrirse paso. Entonces su héroe apareció con el arma dispuesta. Uno de los recién ingresados le apuntó advirtiéndole que se rindiera. Hubo gritos, golpes, ruido de maderas quebradas y vidrios que estallaban. Mariana corrió enceguecida para tratar de defenderlo, pensando que la policía no la dañaría. Él intentó acercarse, sus manos se rozaron… y el abismo se cerró.

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