domingo, 29 de noviembre de 2009

La visita (versión 23)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas.
Sofía caminó por la empedrada entrada de la bodega mientras, detrás, le seguía su marido, Alberto, que cerró su deportivo con el mando a distancia. Raúl Soto, el dueño de la famosa marca de vinos, les saludó con entusiasmo en el hall, aunque no recibió el mismo calor por parte de la pareja. Ella era de las que miraban por encima del hombro. Llevaba un vestido echo a medida, rojo pasión y un collar de piedras que pesaban más que su remilgado cuerpo. En cambio a él le quedaba un poco justo la americana azul marino, y al darle la mano a Raúl, dejó entrever un macizo reloj suizo.
Después de una fútil conversación acompañados por un aperitivo y un buen vino de la cosecha, Raúl les explicó el porqué de su invitación. Era evidente que la relación entre ellos no iba a pasar a los cánones de la amistad, pero el dueño de la bodega, siempre fue muy nostálgico, recordaba con cariño la unión que tuvo durante su juventud con Alberto. «Las meriendas en casa de mi madre», añoró Raúl. Las vidas les habían llevado por diferentes caminos, pero habían tenido tanto éxito en sus trabajos que coincidían en el estatus social. Aparentemente.
Raúl era soltero y sin hijos. Su bodega era una de las más prestigiosas del país y la exportación al extranjero empezaba a tener fuerza. «Millonario y con cáncer», así les explicó su letal enfermedad. Por eso les había convocado allí, para confesarles que quería que Alberto heredara su legado.
La vida de Alberto había sido muy diferente de lo que la gente pensaba. Su apariencia había sido la de un millonario que se había ganado la vida de ¿empresario? Nadie sabía en realidad a lo que se dedicaba, porque él nunca quiso que supieran que era un timador que estafaba a la gente. Así es como vivía, engañando a personas mayores, multimillonarios y gente ingenua. ¿Su mujer? Era una arpía que solo estaba con él por el interés.
La situación le venía a pedir de boca a Alberto, ya no tendría que vivir delinquiendo, no obstante supo contener su entusiasmo ante su amigo. En cambio, Sofía fue más descarada al cambiar de actitud de repente. Su soberbia se convirtió en amabilidad tras las palabras de «herencia» que pronunció Raúl.
La visita les había cambiado, en efecto, pero el ímpetu de Alberto pudo con él. Mientras paseaban entre los viñedos, decidió dejar a su esposa. «No te quiero», le espetó en el campo. La reacción de Sofía no fue dramática, sino que, envalentonada, le amenazó con denunciarle por la multitud de estafas en las que se había visto implicado.
A Raúl también le cambió la visita. Su madre fue una de las primeras estafadas por su amigo Alberto, cuando este empezó en su carrera de delincuente, pero nunca supo cómo vengarse hasta ese día. Todo le salió a pedir de boca, no sabía que era tan fácil engañar a un timador profesional.
La pareja fue detenida y Raúl lo celebró con un buen vino.

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