domingo, 29 de noviembre de 2009

La visita (versión 6)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas.

Las ruedas giran y nos dirigimos hacia el interior. Nos alejamos de la costa junto con las gaviotas, mientras en el cielo hay claros por los que el sol entra iluminando los cerros.

Al pasar, las nubes dejan su sombra tendida sobre los campos.

Hay una brisa intensa y por momentos siguen cayendo solitarias gotas de lluvia.

A lo lejos se divisan molinos de viento que giran descontroladamente, puede escucharse un chirriar metálico junto al viento que sopla entre los árboles.

Se siente tanta paz en este camino de tierra. La humedad hace que no se levante polvo al paso del automóvil, el aire se siente limpio; el verde del follaje se ve tan intenso que cuando el sol comienza a aparecer todo parece ser nuevo.

Una mujer a caballo galopa adelante, yendo en nuestra misma dirección. La amazona lo monta forzando su marcha, la bestia mojada por el sudor tiene largas crines y un rostro decidido. Veo sus ojos y siento que su voluntad es inquebrantable. Su jinete sobre el lomo toma firme las riendas y controlando la carrera que lleva nos observa y nos saluda. Parece de otra época. Su rostro debió estar en estas tierras desde el comienzo del tiempo.

El auto detenido, las ventanas abajo, el aroma a tierra mojada y el sonido del viento, el bufido del caballo cansado, impetuoso, como si quisiera seguir su marcha a toda velocidad. Es un cuadro para atrapar. Añoro sentir esto otra vez.

Werner nos presenta, le cuenta donde vamos. Ella lo escucha, lo invita a que la sigamos a la viña. Yo sólo observo. Ella se ve tan cómoda sobre el rocín. Ese caballo se ha convertido en un atributo notable de tan elegante dama.

Emprendemos la marcha más lento ahora. El animal corre como llevado por el viento, a ratos el sol los ilumina y brillos cobrizos destellan de su pelaje.

Werner habla acerca de alguna ciudad que conoce. Yo escucho acerca de sus adoquines, sus cerros como balcones frente al mar. Sobre sus casas de colores y todo me parece un cuento, una imagen fantástica.

El paisaje que veo me tiene impresionado. A sendos costados del camino se extienden vides.

Llano, colina y pedregal crispado tienen uvas.

La joven desciende de su montura y nos guía contándonos del origen de este campo. Del nombre del lugar; Marchigüe, voz mapudungun que puede significar cosas muy distintas. Lugar de embrujos, dicen algunos. Otros, Diez veces venceremos. El caso es que aquí se hace, según nos cuenta encantándonos, un vino que debemos probar.

Abre una botella que tiene en su etiqueta un arcángel. Montes Alpha Carmenère 2007, nos dice y la descorcha con innegable gracia.

Estamos admirados por la mujer. Decanta y nosotros esperamos descansando nuestra vista en su piel, protegidos por sus relatos de las nubes que vuelven a dar caricias de aguas a los montes.

Cuando ya las copas están frente a nosotros, descansando el vino profundo y oscuro, acerco mi nariz a la abertura de la copa. Agito su contenido girando suavemente para dejar que se abra el líquido y salgan sus aromas como un susurro.

Al cerrar los ojos, siento que esta mujer está en este vino, y el galope, y los molinos, y el viento, y frutos maduros y pimienta y tabaco, y el aroma me hechiza.

La mujer me mira atenta. Mi rostro debió reflejar esta intensidad. No puedo ocultar el encantamiento. El cielo se abre y la ilumina directamente. Su piel brilla y se siente una tibieza. No puedo evitar notar lo parecida que es a un ángel.

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