domingo, 8 de noviembre de 2009

La visita (versión 39)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas, pues lo que comenzó como una simple escapada hacia el interior huyendo del mal tiempo, se convirtió en una aventura inolvidable. Ese día, lo que vivieron Carlos y su esposa Martina fue asombroso, algo inesperado.
Sin saber hacia dónde tirar, tomaron la decisión de hacer una excursión enológica. Decidieron pasar el día haciendo turismo por la ruta que Pepín Vázquez, compañero de oficina de Carlos, tantas veces le recomendaba.
Así Carlos y Martina pusieron rumbo hacia tierras vallisoletanas, hacia Peñafiel, que según le había dicho Vázquez es el centro de la “Ribera del Duero”, de buenas bodegas y de buenos vinos.
Antes de llegar atisbaron el castillo medieval, en lo alto del cerro, y ya en Peñafiel, dando un paseo por el centro de la villa, de pronto, se dieron de cara con Domingo Tranche, un amigo de Carlos de la infancia. No se habían vuelto a ver desde que Carlos se mudó de Aluche hace veintidós años.
Carlos le dijo:
―Hombre, tú eres Dominguín, ¡cuánto tiempo!
―Y tú Carlitos, ¡qué alegría me da verte chico! ―contestó Domingo, muy contento―, cuanto me he acordado de ti, con las batallas que hemos ganado juntos. Y veo que sigues con Martina. ¿Qué os trae por aquí? ― preguntó.
―Pues la verdad ―contestó Carlos―, hemos venido obligados un poco por el tiempo y otro poco por mi compañero de oficina que me ha asegurado que venir a visitar una bodega es una bonita experiencia.
―Yo me encuentro aquí ―explicó Domingo― porque hace años visité una bodega y quedé “encantado”, fue como si hubiera algo de magia que me hubiera atrapado, tanto es así que gasté todos los ahorros en comprar y reformar una bodega, con viñedo incluido, para uso personal, así que cuando quiero descansar me vengo a la ribera del Duero y disfruto de mi bodega.
Allí los llevó. En menos de diez minutos estaban en Curiel de Duero, con su castillo también en lo alto del cerro; es un pequeño pueblo rodeado de viñedos, un pueblo de los de cuadro al óleo. Muy bonito.
Mostró su bodega, la cual sí tenía encanto; con ese olor a humedad, a acidillo de vino, a oscuridad fresca, a silencio y tranquilidad.
Llegaron a tiempo, ya que esa tarde Domingo se reunía con los amigos, había merienda. Así que con su amable invitación vivieron algo irrepetible.
Al día siguiente, después de haber pasado la tarde y la noche en la bodega y la mañana descansando en la casa de Domingo, regresaron con una buena carga positiva.
Y una vez en el coche, Carlos le dijo a Martina:
― ¡Se va a enterar Vázquez de lo que es disfrutar viendo una bodega!
Habían quedado “encantados para siempre”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario