domingo, 29 de noviembre de 2009

La visita (versión 3)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas. Roberto, que siempre había sido el más retraído del grupo de compañeros, tal vez por el delicioso embrujo que se respiraba en aquel lugar y por la natural amabilidad de la persona que los atendió y les enseñó con una especial cordialidad, todo lo relacionado con la bodega e, incluso, leyendas que tenían como escenario aquel mágico lugar, se encontró, sin saber como, saboreando una copa de Sauvignon Blanc y luego otra y hasta una tercera. Cuando concluyó ésta, quizá (pensó él) por la poca costumbre que tenía de beber vino, notó una extraña sensación, como si alguien le lanzara una mirada penetrante que le recorriera la nuca y la espina dorsal y sin saber por qué, se giró y vio en el fondo de la bodega, sentado en una silla desvencijada, con el codo apoyado en una mesa, no en mejor estado que la silla, un hombre mayor que, ubicado en lo que parecía ser su rincón habitual, bebía lenta y pausadamente una copa de vino. Tenía un aspecto noble, pero a la vez sencillo y agradable, respiraba dignidad y trasmitía paz y tranquilidad. No supo nunca por qué, quizá porque el vino le dio la fuerza suficiente para hacerlo, pero se dirigió al anciano y le preguntó quien era y que hacía allí. Éste mirándole fijamente a la cara, le contestó con rotundidad que era el espíritu del vino, sólo visible para personas sensibles o para enamorados. -¡Cómo que el espíritu del vino! contestó Roberto. - Si, mi buen amigo, prosiguió el anciano. Todo vino que se precie está tan vivo como lo estás tú y por tanto tiene espíritu, sólo que hay muy pocas personas con la sensibilidad suficiente para vernos (y menos en estos tiempos que corren, que la sensibilidad, no es precisamente algo que esté muy valorado). Hay que estar dotado de esa virtud, o amar profundamente a alguien, para que podamos ser visibles. Roberto no daba crédito a lo que oía y lo miró con aire socarrón pensando que el anciano estaba algo ido, pero al ver que éste miraba a los que estaban detrás de él y sonreía, se giró, miró al grupo y vio que María (el amor de su vida, aquella con la que soñaba la noches que podía dormir, la misma que, el resto de las noches le quitaba el sueño y a la que nunca se había atrevido a decirle nada de sus sentimientos hacia ella), les observaba. Y vio como miraba a ambos alternativamente y como le preguntaba con la mirada y con movimientos de su cabeza, quien era aquel anciano. ¡Ella también lo veía! Y en ese preciso momento lo comprendió todo. El amor que hacía tanto tiempo sentía por María era correspondido. Se acercó a ella y fue sublime. Sin mediar palabra se fundieron en un largo y apasionado beso que causó gran asombro, aunque también alegría (todo hay que decirlo) en el resto de los miembros del grupo, porque lo intuían hacía ya algún tiempo. Acaban de cumplir 28 años de matrimonio. Siguen teniendo un profundo amor al vino que los unió y así se lo han transmitido a sus hijos, y durante todo ese tiempo han ido año tras año año, la misma fecha en que ocurrió lo que os estoy contando, a la misma bodega. Nunca más vieron al anciano, pero éste (el espíritu del vino) los hizo felices y seguirá haciéndolo para el resto de sus vidas.


Este blog es resultado del concurso de relato breve de turismodevino.com. Si deseas información sobre los mejores vinos del mundo y sobre nuestra sección La vinoteca, con vinos recomendados, puedes acceder a la web en los links que marcamos para leer al respecto.

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