domingo, 29 de noviembre de 2009

La visita (versión 24)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambiaría sus vidas.
Fernando y Lourdes, acompañados de Fabián, se dejan guiar por el enólogo. Se trata de una bodega-museo, sinergia entre enología y arte, pero es en definitiva el vino quien seduce a los amantes de la uva soberbiamente elaborada. Fernando, empresario, ha invitado a Fabián, un gerente recientemente incorporado a una de sus empresas, a pasar un fin de semana con él y su esposa. Sabe que es un experto en turismo enológico, igual que Lourdes, capacidad de la que él carece.
Finalizado el recorrido de la bodega se dirigen al restaurante para almorzar. Está situado en la parte alta de un cerro, rodeado de viñedos, desde donde se observan las montañas nevadas perfilando el cielo en el horizonte. Sentados en la mesa, Lourdes orienta a su marido en la elección del vino, un tinto con sabor fuerte conociendo las preferencias de Fernando por la carne, y Fabián aprueba la recomendación con una sonrisa. El primer brindis se produce y en los momentos en que el recuerdo del vino prevalece, Fabián piensa en aquella mujer: es la esposa de su jefe pero está convencido de que la invitación del fin de semana ha partido de ella, y empieza a notar el calor de su mirada creyendo que puede adivinar sus silencios. Mientras emprende un viaje sin retorno a la profundidad de aquellos ojos, siente que un pie descalzo acaricia sus tobillos confirmando sus sospechas. Llena las copas y luego inclina la suya sobre el mantel inmaculado para apreciar la intensidad del color y el matiz del vino. Pasan unos minutos y vuelve a percibir el contacto, esta vez el pie se desliza por los muslos amenazando con invadir su intimidad. Coge la copa, la eleva en un saludo tratando de evitar que se derrame el líquido que se agita, y decide no eludir el acoso haciéndole frente con la dignidad del gesto. El pie desnudo persiste y se aventura hasta encaramarse en el más recóndito y encumbrado confín. Fabián contempla, con perplejidad y cierto agradecimiento, cómo Lourdes saborea el vino, pasándolo por la lengua, apretándolo contra el paladar y buscando las sensaciones dulces en la punta.
—El vino produce una sensación cálida y exquisita —dice Lourdes entornando los ojos.
—Es una expresión llena de poesía —comenta Fabián.
—Me reservo la opinión hasta conocer su precio —concluye Fernando, y confirma con su actitud que la auténtica espontaneidad casi siempre es insoportable.
Los tres sonríen y se centran en sus respectivos platos apurándolos, dejando que el silencio haga lecho para que se instalen las palabras. Fabián decide beber en la copa de locura que Lourdes le ofrece cuando siente de nuevo el discurrir del pie desnudo presionando su zona más íntima, que reacciona defendiéndose con la firmeza, mientras percibe los aromas del vino intensamente ligados en su boca y nariz. Ebrio de emoción, sin poder contenerse, eleva la vista y comprueba, sorprendido, que Lourdes no está en la mesa, va de camino al excusado y, sin embargo, el pie desnudo sigue con su juego de erotismo. Perturbado, dirige su mirada a Fernando quien, mirándole con lujuria y juntando sus labios para ofrecerle un apasionado beso, le susurra:
—Tienes que matarla, y no con el moho ni el vinagre de un vino defectuoso, yo te diré cómo, será el crimen perfecto. Mata a mi mujer y todo lo mío será tuyo. Luego, dejaré que el vino derrame sus lágrimas en mi copa y… solos tú y yo… Fabián… Tengo una botella... ¡La he reservado para ti!… Chateau, Chateau… ¿Petrus?... Sí… Es caro, muy caro pero… tú te lo mereces todo, Fabián…

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