domingo, 29 de noviembre de 2009

La visita (versión 29)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas.

La idea partió de Juan, que como representante de una distribuidora de vinos, aprovechó la oportunidad para visitar la bodega que había sido elegida para el banquete del enlace nupcial de los príncipes. Su mujer no estaba muy entusiasmada pero la idea de visitar la ciudad bajo la lluvia era menos atractiva si cabe.
El monótono ruido producido por los limpiaparabrisas del coche les acompañó mientras atravesaban las grandes extensiones de viñedos que rodeaban el lugar. El edificio era un antiguo pazo y con su fachada tapizada por hiedras de diferentes colores ofrecía un aspecto señorial. Esperaba encontrar en el interior unas modernas instalaciones con grandes cubas de acero inoxidable pero fue todo lo contrario. Descendieron por un estrecho pasillo hasta unas pequeñas salas iluminadas con luz muy tenue. En ellas los barriles centenarios de roble americano albergaban el codiciado vino. El lugar parecía haberse mantenido igual a lo largo de los siglos. Las telas de araña en sus techos y las paredes ennegrecidas por el polvo y la humedad así lo sugerían.

Tras haber escuchado con atención las explicaciones ofrecidas por el guía llegó el momento de la despedida. Sin embargo Juan no quería irse de allí sin probar el mismo caldo que disfrutaron los asistentes de aquella boda. Su petición fue cortésmente rechazada por el guía argumentando seguir las normas de la casa. Fue entonces cuando Carmen, su mujer, entró en acción esbozando la sonrisa más dulce que había visto jamás.

“Discúlpeme. No quisiera causarle ningún problema con sus jefes, pero lo cierto es que estoy embarazada y tengo ese pequeño antojo. Sé que es irracional lo que le estoy pidiendo, pero temo las consecuencias sobre el bebé si no lo pruebo. Solamente una copa, por favor.”
El guía ruborizado, echó por tierra la rectitud en el cumplimiento de las normas que había mantenido durante toda su vida y accedió a la petición. Con discreción los llevó a una sala privada y allí descorchó una de aquellas botellas. Con pulso tembloroso sirvió el vino en la copa y se la entregó a la mujer. Ella lo degustó y se lo ofreció a su marido. Después de probarlo su rostro cambió y sus miradas se entrelazaron. No hubo palabras pero se habían dicho todo.

Agradecieron al guía aquella oportunidad y se despidieron apresuradamente. Ya en el coche y sin testigos hablaron con claridad. El sabor de aquel vino era idéntico al que elaboraba su suegro. Estaba curtido en las catas de diferentes vinos y el abanico de sabores, texturas, matices, era infinito pero lo de hoy era una coincidencia inexplicable. Iban a ser ricos, muy ricos. Cada botella rondaba los quinientos euros en el mercado y el coste que iban a tener resultaba ínfimo. Él podía colocar las botellas sin dificultad y sin levantar sospechas. El plagio de las botellas y de las etiquetas no supondría ningún problema. La adrenalina corría por sus venas mientras conducía hacia ninguna parte. Nunca se alegró tanto de ver llover.

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