domingo, 29 de noviembre de 2009

La visita (versión 1 y Ganador del Certamen)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas. También la mía.
Por aquel entonces trabajaba en la bodega los meses de verano como mozo de almacén. Con ese dinero extra me podía permitir algunos caprichos el resto del año sin tener que sablear a mis padres. Además, me gustaba el ambiente de la bodega, con sus imponentes castillos de barricas, la mezcolanza de olores a roble y bosque salvaje, y el silencio monacal de las salas donde el vino meditaba su transformación.
La muchacha apareció entre el grupo de turistas atolondrados. Algunos aún llevaban puestos los bermudas y el fiasco de un día sin playa se les notaba en la cara. Por el contrario, ella irradiaba una placidez letárgica impropia de una adolescente.
Su sosiego contrastaba con mi excitación. Me pareció un ser virginal, una nativa inmaculada, el mejor fruto donde pecar. Y es que por aquel entonces, la verdad, yo andaba en plena efervescencia.
Mi oportunidad se presentó al quedarse rezagada del grupo. La encontré inclinada sobre una barrica con la oreja pegada a la madera.
–¿Escuchas algo? –pregunté. Poco había que escuchar allí dentro, pero me hice el ignorante para no parecer pretencioso.
Ella se sonrió y siguió con la oreja pegada a la barrica. Luego me sorprendió con aquel comentario:
–Escucho el viento que un día sopló entre las vides, la lluvia que refrescó los frutos que aquí fermentan, el canturreo de los jornaleros tratando de hacer la labor más llevadera...
–¿Estás loca? ¿Me estás tomando el pelo? –le interrumpí.
La muchacha me agarró de la mano y me pidió silencio. Luego me inclinó junto a ella y me invitó a escuchar...
Ese día, con la oreja pegada a la barrica y sus labios a dos centímetros de los míos, pude escuchar la vida oculta que subyace sobre las cosas auténticas.
Las cosas auténticas se transforman en otras para mejorarse, como la uva en vino, pero conservan la esencia de lo que fueron. Las personas también nos transformamos. Yo tuve la suerte de encontrar aquel día la barrica donde hoy reposa mi madurez. Y cuando el mundo se nos desdibuja alrededor por los sinsabores de la vida en pareja, nos acurrucamos el uno junto al otro con el oído presto. Entonces llegan desde muy lejos las suaves risas de aquellos dos jóvenes que se besaron en los pasillos de una bodega, el susurrar de las primeras caricias, los hormigueos por la ocultación, el bullir de los años gozosos. Y esto nos basta para seguir fermentando nuestro amor.

FIN DE LA HISTORIA. Si buscas vivir una historia como la de este relato, te recomendamos dormir en un hotel bodega, en la Rioja, u otra región vinícola. Hay muchas opciones que están esperando.

La visita (versión 2)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas. En particular la suya, la del gran catador. Había olvidado ya cómo empezó todo y sin embargo no conservaba nada de su otro yo, el de antes de la lluvia, del baño frustrado, de la incursión obligada tierra adentro, donde la vista se perdía entre viñedos y emparrados… El gran catador, que no podía entender ya su vida sin el vino. El vino, que le había descubierto sus secretos, que le había despertado sus sentidos. - ¿Qué bebida te pido, un vino? – le espetó ella. ¡Bebida el vino!, sólo la palabra le ofendía. - Bebida es lo que se ingiere, querida, lo que se hace pasar por el gaznate con prisa para que llegue al estómago y sacie la sed. El vino es mucho más que una bebida, es la esencia de la tierra, es la síntesis de un proceso y la conjunción de los sentidos. El vino no se bebe, se degusta, igual que no se lee un verso como quien lee un anuncio por palabras. Sí, un verso. No se necesitan conocimientos previos para disfrutar de un verso, ni siquiera saber quién lo ha escrito, basta abrirse, escuchar y sentir. Adiós, ríos, adiós fontes, adiós, regatos pequenos… Llevaba un rato pensando en ella e intentando recordar su nombre. Apenas recordaba su cara y sin embargo no podía olvidar el color de sus ojos, el olor de su pelo, el sabor de sus besos ni el tacto de su piel. Debía de ser deformación profesional. Le pasaba lo mismo con el vino, era incapaz de retener una añada, un nombre o una etiqueta. Pero el olor se le impregnaba para siempre en la memoria y con él todo lo demás, como si fueran atributos indisolubles unos de otros. Como el huevo y la gallina, no sabía qué había surgido antes, el desarrollo de su habilidad organoléptica o su amor incondicional al vino. En alguna ocasión, le contaron que los miembros de una tribu - y de nuevo no recordaba su nombre – se pasaban de mano en mano un plátano maduro y aspiraban su olor para alimentarse. De la misma manera parecía disfrutar él de una copa de vino, le bastaba su olor y catarlo brevemente para satisfacer todos sus sentidos. El resto, pura gula, gourmandise, como dicen los franceses. Bien pensado, ni huevo ni gallina, de pronto le vino a la memoria, todo empezó en aquella bodega. La primera que visitó en su vida cautivó para siempre sus sentidos. Todo era olor. El campo, la tierra, las uvas, los olores de fermentación, el olor a barrica, el olor a humedad en las galerías subterráneas, el olor en el laboratorio, en la sala de catas y el olor que deja el vino en la copa vacía. Borracho de olor. Se preguntaba qué hubiera escrito Proust si hubiera preferido un vino a una magdalena. Quizás él nunca visitara una bodega, quizás el destino no se lo hubiera puesto tan fácil. Bendita lluvia.

Relatos del concurso de relato corto de vino: Érase una vez el vino. Para encontrar inspiración: encuentra la inspiración en un wine Resort and hotel en "La France"

La visita (versión 3)


Una lluvia fina heló la esperanza de quienes deseaban un baño en la playa esa mañana. Media hora más tarde, con pocas ganas, salían en coche para visitar una bodega. Aquella visita cambió sus vidas. Roberto, que siempre había sido el más retraído del grupo de compañeros, tal vez por el delicioso embrujo que se respiraba en aquel lugar y por la natural amabilidad de la persona que los atendió y les enseñó con una especial cordialidad, todo lo relacionado con la bodega e, incluso, leyendas que tenían como escenario aquel mágico lugar, se encontró, sin saber como, saboreando una copa de Sauvignon Blanc y luego otra y hasta una tercera. Cuando concluyó ésta, quizá (pensó él) por la poca costumbre que tenía de beber vino, notó una extraña sensación, como si alguien le lanzara una mirada penetrante que le recorriera la nuca y la espina dorsal y sin saber por qué, se giró y vio en el fondo de la bodega, sentado en una silla desvencijada, con el codo apoyado en una mesa, no en mejor estado que la silla, un hombre mayor que, ubicado en lo que parecía ser su rincón habitual, bebía lenta y pausadamente una copa de vino. Tenía un aspecto noble, pero a la vez sencillo y agradable, respiraba dignidad y trasmitía paz y tranquilidad. No supo nunca por qué, quizá porque el vino le dio la fuerza suficiente para hacerlo, pero se dirigió al anciano y le preguntó quien era y que hacía allí. Éste mirándole fijamente a la cara, le contestó con rotundidad que era el espíritu del vino, sólo visible para personas sensibles o para enamorados. -¡Cómo que el espíritu del vino! contestó Roberto. - Si, mi buen amigo, prosiguió el anciano. Todo vino que se precie está tan vivo como lo estás tú y por tanto tiene espíritu, sólo que hay muy pocas personas con la sensibilidad suficiente para vernos (y menos en estos tiempos que corren, que la sensibilidad, no es precisamente algo que esté muy valorado). Hay que estar dotado de esa virtud, o amar profundamente a alguien, para que podamos ser visibles. Roberto no daba crédito a lo que oía y lo miró con aire socarrón pensando que el anciano estaba algo ido, pero al ver que éste miraba a los que estaban detrás de él y sonreía, se giró, miró al grupo y vio que María (el amor de su vida, aquella con la que soñaba la noches que podía dormir, la misma que, el resto de las noches le quitaba el sueño y a la que nunca se había atrevido a decirle nada de sus sentimientos hacia ella), les observaba. Y vio como miraba a ambos alternativamente y como le preguntaba con la mirada y con movimientos de su cabeza, quien era aquel anciano. ¡Ella también lo veía! Y en ese preciso momento lo comprendió todo. El amor que hacía tanto tiempo sentía por María era correspondido. Se acercó a ella y fue sublime. Sin mediar palabra se fundieron en un largo y apasionado beso que causó gran asombro, aunque también alegría (todo hay que decirlo) en el resto de los miembros del grupo, porque lo intuían hacía ya algún tiempo. Acaban de cumplir 28 años de matrimonio. Siguen teniendo un profundo amor al vino que los unió y así se lo han transmitido a sus hijos, y durante todo ese tiempo han ido año tras año año, la misma fecha en que ocurrió lo que os estoy contando, a la misma bodega. Nunca más vieron al anciano, pero éste (el espíritu del vino) los hizo felices y seguirá haciéndolo para el resto de sus vidas.


Este blog es resultado del concurso de relato breve de turismodevino.com. Si deseas información sobre los mejores vinos del mundo y sobre nuestra sección La vinoteca, con vinos recomendados, puedes acceder a la web en los links que marcamos para leer al respecto.